viernes, 3 de abril de 2009

El Silencio De Mi Deseo

PREMIO EN EL II CERTAMEN DE RELATO SOBRE PROBLEMAS DE MUJER - AÑO 2003

El portazo resonó en toda la casa llevándose con él cualquier sonido que pudiera acompañarla. Se sentó despacio para desayunar en la mesa de la cocina, mientras miraba con desánimo el desastre que la rodeaba. Cogió con desgana un bizcocho, de la caja que Raulín se había dejado abierta, pero volvió a dejarlo en su sitio, doblando la bolsa que los contenía, y cerrando después cuidadosamente la caja. Sabía que aquel iba a ser un mal día, uno de esos días en los que parecía que, hasta respirar, le costaba un esfuerzo supremo que se sentía incapaz de hacer. Uno de esos días en los que se enfrentaba a verdad de su vida y se daba cuenta de la inutilidad de seguir levantándose cada mañana. Uno de esos días que cada vez se presentaban con más frecuencia y en los que, sin entender siquiera el por qué, se encontraba cada vez más a gusto.
Dio un largo suspiro y comenzó a beber, lentamente, el vaso de café con leche que se había preparado y que ya se había quedado frío. Raulín dependía tanto de ella..., parecía mentira que fuera a cumplir veintidós años y que aún tuviera que prepararle las cosas que tenía que llevar a la facultad.
- No – se dijo a sí misma -, no debería quejarme, ¿no son esos mis deberes?
Se levantó lentamente y tiró el medio vaso de café que le quedaba en la pila de la cocina. Suspiró de nuevo y se dispuso a realizar su trabajo, esa rutina tan cotidiana que podía hacer con los ojos cerrados después de llevar casi treinta años haciéndola a diario.
Paseó despacio por la casa abriendo, a su paso, todas las ventanas. Cuando llegó, por último, al salón, se sentó en el sofá sintiéndose de pronto muy cansada y hasta algo mareada.
- Debe ser la tensión, no tenía que haberme bebido el café. ¡Mira que Ramón siempre me lo está diciendo! Y quizá, en el fondo, lleve razón, tal vez lo hago porque soy una vaga que no quiere hacer el trabajo que le corresponde, pero es que el cacao esta tan empalagoso..., y yo, ahora estoy siempre tan cansada..., y el café me reanima, ¡vamos que si me reanima!, ¡anda que no me lo noto yo! Pero este mareillo...
De pronto miró el reloj del salón que desgranaba sus campanadas como si de una sentencia se tratase.
- ¡Dios mío!, pero, ¿es que me he quedao dormida? No quiero ni pensar si Ramón llegase en este momento porque se hubiera puesto malo o cualquier cosa.
Se levantó de mala gana intentado imprimir en sus movimientos una mayor rapidez; esa que había tenido cuando Mamen y Raulín eran un par de mocosos que le daban la lata todas las mañanas desde las siete que se levantaban.
- ¡Cómo corría entonces!, era capaz de hacerlo todo.
Unas lágrimas silenciosas se deslizaban por sus mejillas, unas lágrimas de autocompasión que enjugaban las sábanas que estaba estirando sobre ese colchón que de tantos silencios había sido testigo.
- ¡Entonces sí que Ramón parecía contento! Nunca ha sido juguetón con sus hijos, la verdad, pero le encantaba llegar a casa y encontrarlos limpios y bien peinados; la casa, limpia como los chorros del oro, y una buena comida en la mesa. ¡Y que bien lo hacía yo todo!, tanto, que el domingo podía bajar con Ramón a tomar el vermú. ¡Anda que no me gustaba a mí eso! Iba cogida de su brazo con la cabeza bien alta. Porque Ramón siempre ha sido muy bien parecido, esa es la verdad; y el domingo, cuando se arreglaba, salía a la calle como un brazo de mar. ¡Ah!, no sé por qué tengo que acordarme de eso ahora, si hace ya más de veinte años que no salgo de casa si no es para ir al super, al mercao o cuando tengo que ir a comprarles algo de ropa, claro. Luego dice que estoy gorda y siempre desaliñada, pero, ¿qué le importa al carnicero si se me notan las canas o no? ¡Qué pena!, mira en lo que se nos quedan los sueños a algunas personas.
- Mi sueño era ser una de esas secretarias que tienen las uñas largas y bien pintadas, y llevar todo el día el pelo bien arreglaó – continuó diciéndose a sí misma mientras pasaba el cepillo por el suelo, se sentía muy cansada para pasar la aspiradora -, y mira en lo que me he quedao. Claro, que si lo pienso bien, en el fondo Ramón me hizo un favor cuando nos hicimos novios y me convenció de que no me apuntara a la escuela de secretariado porque yo no daba para tanto, y que lo que tenía que hacer era aprender a guisar bien y a llevar una casa, que con eso ya tenía bastante. Y es verdad, ¿en qué pensaba meterme yo, si ahora tengo que ir a mata caballo para que me dé tiempo a tener todo listo para cuando llega a comer a casa? El sí que es listo, como Mamen. A Mamen sí que se le nota, cuando quiso convencerla, como a mí, de que no estudiara la carrera, cogió un trabajo, se fue y la estudió. ¡Que orgullosa estoy de ella!, pero que pena me da no haber tenido yo ese empuje, claro, que para eso hace falta inteligencia, y yo..., bueno, ya lo dijo Ramón un día, que el Toby entendía las cosas mejor que yo, y él sabe de esas cosas, si no a ver como iba a llevar desde los dieciséis años en esa empresa tan buena.
- Por cierto – pasaba el paño por la superficie de la mesa del salón en la que podía reflejarse, aunque evitó mirarse -,no sé cuanto hace que no hablo con Mamen, a ver si me llama un día de estos porque no sé nada de ella, y como ahora a Ramón le da por ver los números a los que llamamos... Antes, por lo menos, tenía ese desahogo, podía hablar con mi hija cuando quería, porque si para él se ha muerto, para mí desde luego no ¿qué hijo va a estar muerto en vida para una madre? A lo mejor está enfadada por no haberme ido a vivir con ella como quería, pero yo sé que mi sitio está al lado de Ramón, es mi marido para lo bueno y para lo malo y además, está Raulín y tengo que atenderle, aunque Mamen piense que ya tiene edad para ir haciéndose el sólo sus cosas y que, a este paso, va a convertirse en un inútil como su padre. ¡Esta Mamen!, no es que me guste que diga esas cosas de Ramón porque al fin y al cabo es su padre, pero yo sé que mi Mamen va a llegar lejos, anda que no sabe bien lo que dice. No, ella desde luego no tiene pelos en la lengua. No como yo, que ya he llegao todo lo lejos que podía llegar porque no valgo para otra cosa. Y encima tengo que estar agradecida porque Ramón todavía sigue conmigo.
Su rostro se ensombreció por los recuerdos mientras se empapaba del olor del limpiador del baño que la mareaba y le daba una excusa para derramar de nuevo unas lágrimas amargas.
- No sé que mosca me ha picado hoy, ¿por qué tengo que recordar tanta y tanta humillación?, porque, ¡que Dios me perdone!, pero creo que debería estar más atento y no traer personas al mundo con tan poca capacidad para tener que estar toda la vida dependiendo de un marido que no sabes si todavía te tiene algo de cariño..., o te desprecia con disimulo. Aunque tengo que reconocer que tengo suerte, al fin y al cabo, Ramón sólo me recuerda mis defectos y nada más, porque había que ver como llevaba el ojo la Carmen el otro día, que a mí no me la pega, tenía toda la cara hinchada y el ojo a la funerala, y por mucho maquillaje que quiso poner..., a ver si se piensa que soy tan tonta como para creerme que se cae una o dos veces por semana, porque cuando coincidimos en el mercao con buen paso que va andando, y bien segura está de donde pone los pies, ¡cómo si yo no me diera cuenta!
- No sé. Antes, por lo menos tenía a Lidia, que aunque siempre se empeñaba en decir que yo no era tan tonta como Ramón decía, yo simulaba creérmelo y al menos era un poco feliz durante ese ratito que duraba el café. Claro que aquel día que Ramón se presentó en la cafetería a las once de la mañana con esa fiebre y tuvo que ir a buscarme, se acabaron los cafés. Y llevaba razón, él cuando está trabajando, trabaja. Este es mi trabajo, me lo dejó bien claro, y estaba perdiendo el tiempo como si nada, como si a él no le costara ganar el dinero para que yo me los gastara en una cafetería haciendo el vago. ¿Cómo le irá a Lidia en Barcelona?, el ingeniero ese parecía buena persona. A lo mejor es como Ramón y no la pega. ¡Ojalá!, porque es la mejor amiga que he tenido, aunque haga tantos años que no la veo.
- La verdad, y perdóname otra vez Dios mío – rogó mientras hacía un esfuerzo que le costaba demasiado para escurrir la fregona -, es que no te has esmerao mucho con algunas personas. Sí, ya sé lo que me decían las monjas del colegio, que Tú lo habías puesto todo en el mundo para que escogiéramos, lo que no nos dijeron es que a muchos no nos está permitido escoger, como en mi caso, por ejemplo, siempre es Ramón el que decide. Ya sé que estarás pensando, que con una persona como yo, es mejor así. Y esta última semana me lo ha demostrado.
No pudo evitar que un intenso rubor cubriera sus mejillas secando las lágrimas que habían vuelto a caer como si en sus ojos se hubiera desatado una tormenta que no terminaba de amainar.
- Lleva quince días sin hablarme, y ahora lo comprendo. Me comporté como una cualquiera. ¡Pero al principio sólo era curiosidad!, yo quería saber qué sentía cuando se derrumbaba sobre mí, sudoroso y agitado, ¡vamos, que hasta parece que le dan calambres! Me miró con esa cara que, a veces me da miedo, y me dijo que a cuento de qué tenía que hacer ciertas preguntas, que preguntar eso era cosa de las mujerzuelas. Yo apenas tenía voz, pero me atreví a decirle, y ¡válgame Dios que no sé de donde saqué la idea para soltar esa impertinencia!, que yo nunca había sentido esas cosas en los diez o quince minutos que estaba encima de mí. Y claro, me contestó lo que me merecía, que si no había sentido dentro de mí a los dos hijos que le había dado; yo le dije que sí, así que me contestó que eso es lo único que una mujer decente tenía que sentir de su marido. Y seguro que lleva razón, ¡Que vergüenza me da recordarlo!
- Yo había leído otras cosas. Me gustan esas novelas románticas que te hablan de esas mujeres inteligentes, independientes y con carácter, que encuentran a esos hombres que las quieren tanto y que hacen..., bueno que hacen esas cosas con ellas. Al principio, la verdad, es que me daba un poco de vergüenza leerlas, aunque siempre lo hacía sola, pero después..., después empezó a gustarme leerlas y soñar que yo era una de esas mujeres que al final me enamoraba de un hombre rico que se desvivía por mí. ¡Que tontería!, eso sólo pasa en las novelas, como en los tebeos que leía Raulín que hablaban de los habitantes de Marte y de Saturno. Lo peor fue cuando Ramón encontró el sitio donde las tenía escondidas y empezó a leer algo de ellas. ¡Dios mío que vergüenza pasé!, y que humillación cuando me dijo que era una cualquiera que leía cosas guarras en vez de dedicarme a coser y a bordar como hacía antes. Se las llevó y no ha vuelto a dirigirme la palabra.
- Estoy cansada. Cansada de haber nacido tonta, guarra y hasta vaga. No merezco el marido que tengo porque nuca me ha puesto la mano encima. No sé de qué me quejo si toda la culpa es mía.
Suspiró mirando el parqué impoluto que cubría el suelo del salón.
- Hoy no he pasado la aspiradora y a lo mejor se da cuenta, y sólo faltaba eso tal y como están las cosas..., pero es que ¡estoy tan cansada! No –se reprendió a sí misma -. Tengo que hacerlo si consigo ver el enchufe con estas malditas lágrimas.
Se agachó y enchufó la aspiradora sintiendo que, el suelo, era el único lugar que merecía una persona como ella, y pensó que quizá no le estaba haciendo ningún favor a nadie con la lacra de su presencia.
Se levantó despacio, ya casi no veía, la tormenta de sus ojos estaba en pleno apogeo, quizás por eso no vio que el cable de la aspiradora estaba enredándose en sus pies, y cuando fue a tirar de ella, cayó al suelo de bruces.
Levantó lentamente la cabeza y pudo entrever, entre tanto dolor como anegaba sus ojos, que la ventana de la terraza estaba tentadoramente abierta.

1 comentario:

Amaranta dijo...

Magnífico, realmente magnífico.
Me encanta como escribes Noe, y por lo que veo estás recogiendo los frutos de tu buen trabajo.

¡Enhorabuena!

BdS