domingo, 14 de febrero de 2010

VELOS PARA UNA NOCHE

Premio "Timonel" en el Cartamen de Cartas de Amor convocado por la Asociación de Amas de Casa "El Timón" en su edición de 2001

VELOS PARA UNA NOCHE

Hoy te escribo en la distancia porque me arde el corazón en soledades. Hoy escribo en mi destierro porque nunca me libré de la nostalgia; el recuerdo de tu voz y del aroma de tu piel, se acomodan cada noche en las frías esquinas de mi lecho evocándome, sin tregua, aquella magia que compartimos.
Me engañaste, ya lo sé, pero aunque ha pasado mucho tiempo, aún sueño con el brillo de tus ojos y la suave caricia de tus labios. Eras un hombre guapo y yo estaba sola, eras un hombre fuerte y yo una mujer asustada que quería creer la luna porque la luna salía de tus labios. No, nada pretendo reprocharte, ha pasado tanto tiempo que la paz ha vuelto al corazón en el que un día habitó el dolor de tus mentiras.
Fueron cinco días amargos de los que la dulzura hizo su reino. Tus palabras misteriosas serenaban mi congoja sin saber qué me decían en la jerga de tu lengua, pero el corazón es sabio y se hizo eco del mensaje que yo no atinaba a comprender, y antes del segundo amanecer, ya suspiraba por encontrarme en el cálido refugio de tus brazos.
Al principio maldije mi destino cuando vi los uniformes en la arena de la libertad, lloré porque de nada habían servido los días de infierno a la deriva que me habían traído hasta tu mundo. Ahora creo que fue la suerte la que te llevó hasta mí aquella madrugada porque algo se inflamó en mi pecho cuando me ofreciste tu mano para ayudarme a bajar a tierra. No sentí miedo de las armas ni del brillante charol que adornaba tus cabellos, sentí que el mundo había dejado de girar porque el negro de tus ojos me susurró que ya había llegado a casa. No entendía tus palabras, al principio ni tus gestos, sólo sentía que en mi alma se engendraban mil palomas al arrullo de tus silencios. Levantaste el velo de mi rostro y la vergüenza me cubrió de un manto rojo que me hizo vulnerable ante el poder que derrochaba la reciedumbre encerrada en tu sonrisa.
Sabía que me harían regresar a mi encierro de mujer sin haber saboreado la libertad que durante tantas noches había imaginado. De nada servía ya el esfuerzo ni las maniobras clandestinas que necesité para subir a ese bote en el que había fletado todos mis sueños. Tuviste cinco días para jugar con mi inocencia, aunque ahora que la distancia en el tiempo y el espacio pone voz a mi silencio, te confieso que le sobraron cuatro a la elocuencia de tu apostura. Mi corazón traducía tus murmullos y ponía en orden lo que tu voz me confiaba, creí las promesas que tus gestos me regalaban y soñé con ser un día el reposo de tu cansancio. Y así, entre gestos y murmullos, llegó la última noche de mi encierro entre tus rejas y sucumbí al ardor que tu presencia provocaba en mi recato. No había nadie, sólo nosotros dos y la emoción que se encendía entre los muros de mi custodia. Galopó mi corazón cuando abriste la reja que nos separaba, me despojé de mis velos uno a uno consciente de lo que implicaban las ruinas de la muralla que derribaba y me dejé llevar del amor sin pensar ni un instante en el futuro. Fuiste todo lo que yo había soñado y mucho más, fuiste un volcán de lava ardiente cuando la pasión encendió nuestras miradas y un remanso de agua serena y clara cuando el fuego se fue extinguiendo con las claras luces del alba. Me diste parte de ti y te quedaste conmigo entera, pero no me importa, quizá en alguna estrella estaba escrito que mi alma te pertenecía y es lícito ayudar al alma a cumplir con su destino
Hoy recuerdo aquella noche y se enciende aún mi piel cuando evoco tus caricias. Es un tormento delicioso del que no puedo desprenderme porque cada vez que miro el legado de tu pasión, que duerme dulcemente entre mis brazos, veo tus ojos y tus labios encarnados en su rostro diminuto. Y doy gracias a mi dios porque aunque mi debilidad de aquella noche me ha condenado para siempre, me ha dejado el recuerdo de un amor, que hizo fértil mi juventud, y de un calor que hará más llevadera mi soledad.
No sé si te llegará esta carta ni si serás capaz de entender mis palabras, pero si alguna vez lo consigues, si alguien te cuenta lo que dice, no trates de cambiar lo que el tiempo ha establecido, no dejes que la responsabilidad te nuble la razón y arruine tu vida para siempre. Todo está bien así porque así lo decidí en su momento; sólo quería que supieras que al otro lado del mar, hay dos personas solitarias que desgranan, cada día, su amor sobre tu recuerdo.


Nöe Domínguez - febrero 2001

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