jueves, 2 de septiembre de 2010
¿ES LA MONOTONÍA O EL HECHO DE SER MUJER?
¿ES LA MONOTONÍA O EL HECHO DE SER MUJER?
Hay muchas cosas que las mujeres vemos y que a los hombres se les pasan inadvertidas; no se trata de una frase sexista sino de un hecho demostrado. Ellos, el género masculino de nuestra especie, se creen que actúan en la más absoluta clandestinidad cuando, en realidad, no han parado de lanzar señales luminosas. Fijaos y veréis que llevo razón.
Pero, en realidad, no este el tema del que quería escribir hoy sino de una reacción, en extremo curiosa, de la que he víctima. Hoy, cuando me he levantado, sabía que iba a recibir una visita muy especial; sí, si entendemos por especial que un hombre venga a romper la relación que mantiene con la que suscribe, porque la novedad y unas florecientes feromonas que le han alegrado al máximo la pituitaria, han hecho que quiera terminar con la larguísima monotonía que aportan dos meses consecutivos de un trato más o menos íntimo. ¿La reacción?, muy femenina; lo primero que he dicho al levantarme ha sido: ¡Dios, y tengo la casa hecha un asco! Me precio de utilizar mi modesta vivienda para mi uso y disfrute particular manteniendo la limpieza y el orden que exige un mínimo de decoro sin ser, por ello, esclava de las labores que la pasada generación consideraba: propias de mi sexo. Pero, en fin ¿qué queréis que os diga?, ¡ha sido en lo primero que he pensado! Claro, que a este pensamiento le ha seguido otro con una velocidad de vértigo: ¿quién, de los dos, estaba acusando más la monotonía? ¡Uf!, difícil respuesta donde las haya porque, analizando la situación como acostumbro a hacer a veces, he llegado a la conclusión de que yo no estaba acusando ninguna monotonía; me encontraba a gusto y cómoda con esa relación exenta de compromisos. No, la respuesta a la pregunta no consiste en decir quién de los dos estaba acusando más la monotonía sino ¿por qué, de alguna manera, yo sabía esta mañana para qué era su visita?
Nuevo problema porque el dar esta respuesta sí me puede acarrear el apodo, además dicho de manera peyorativa, de sexista; pero es que es verdad y, por tanto, tengo que decirlo: él había ido lanzando bengalas luminosas durante la semana anterior y, por suerte o por desgracia, yo las había ido viendo todas.
Quizá el ir conociendo de antemano la intención de una persona, nos permita proteger nuestros higadillos de sufrir una conmoción hepática grave y, de ahí, la falta de tristeza y, vamos a decir penilla en vez de dolor, que una ha experimentado esta mañana al levantarse; o, quizás, que después de ver unos indicios tan claros, ya se ha superado el tope de decir para ti misma: ¡pero qué morro tienes, colega!
En fin, que ha surgido ese gen femenino-masoquista que todas las mujeres hemos heredado de nuestras mamás y que, queramos o no, aflora a la superficie cuando menos lo esperamos. Así que, para todos los que estáis leyendo esto: me despido de vosotros porque tengo que ponerme a limpiar el polvo.
Noe Domínguez
La imagen está tomada de Internet. Si tiene derechos de reproduccií, rogaría que me lo comunicasen para retirarla.
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